La religión egipcia es el tema más complejo que se pueda abordar para cualquier estudioso de esta civilización. La obra creada por los sacerdotes no tiene parangón con otras religiones antiguas. Es a su vez una mezcolanza de un mundo visible y a la vez oculto; visible ya que el egipcio medio podía percibir la presencia de los dioses a través de la naturaleza y los fenómenos de su alrededor como la crecida del Nilo, el ciclo del Sol o los animales; símbolos de una divinidad en particular. Pero a su vez era oculto, no por el gran número de divinidades sino porque al egipcio de a pie, le era imposible acceder a las zonas del templo donde se llevaban a cabo los ritos diarios de culto. Únicamente podía observar su dios -o a la estatua donde residía- en determinados días de fiesta donde la representación divina era sacada del templo y realizaba un recorrido.
Se puede dar como cierta la afirmación de Heródoto “los egipcios son más religiosos que cualquier otro pueblo”. Los egipcios adoraban un gran abanico de divinidades con formas tanto humanas como de animales. Cualquiera que se acerque a este mundo tendrá una sensación de caos y desorden al enfrentarse a tantos nombres y divinidades similares; sin embargo una vez entrado en este cosmos se va conformando un puzzle en el cual cada divinidad juega un papel determinado y todo este caos adquiere un sentido.
Sin embargo, la religión no es un todo inamovible, y se va adaptando a las necesidades vitales de la gente a lo largo de la historia. La religión egipcia sufrió cambios a lo largo de su historia, nuevos dioses fueron creados y subían o bajaban de rango en el panteón según se desarrollase la vida -el más claro ejemplo es Amón, dios tebano secundario que terminó igualando en poder e importancia a Ra el dios más importante a lo largo de la
historia egipcia-. Pero el cambio más importante y más radical fue llevado a cabo por Amenofis IV/Akhenaton. En pocos años eliminó prácticamente el culto al resto de dioses, dejando solo al dios Atón -el disco solar- y creando una nueva capital, Akhetaton -El Horizonte del Sol-.
Amenhotep IV/Akhenaton no creo al dios Atón. Desde el Reino Medio existen textos donde se habla del Atón al referirse al disco solar visible, y con la llegada del Reino Nuevo, se había desarrollado ya una mitología y un culto solar a este dios. Será con el padre de Amenhotep IV/Akhenaton, Amenhotep III cuando se de un primer pasó a un culto más importante a esta divinidad, quizá para frenar el ascenso y el poder que estaban adquiriendo los sacerdotes de Amón, o como una forma diferente del culto a Ra. En el año 2013, arqueólogos españoles excavaron la tumba del visir Amenhotep Huy, donde se encontraron dos cartuchos pertenecientes a estos dos faraones dando fuerza a la teoría de que ambos faraones tuvieron una corregencia. Como consecuencia de ello, habría que darle a Amenhotep III un papel mucho más activo en el cambio de creencias que continuaría después su hijo.
Aún con el ascenso del poder del dios Atón, pocos conocerían los cambios radicales que se iban a producir con el nuevo faraón. Amenhotep IV. Él subió al trono en torno al año 1353 a. C. y comenzó la construcción de una nueva capital; Akhetaton, a la cual trasladaría la corte en el año 5º de su reinado, a la vez que cambiaba su nombre de Amenhotep IV a Akhenaton. Además el dios Atón fue llevado a la posición de divinidad creadora, lo que al igual que el rey le otorgaba una titulatura real con dos nombres. Ésta
se modificó durante el reinado de Akhenaton para adaptarla a los cambios producidos, eliminando los nombres de otras divinidades.
Primera titulatura: Vive Ra-Horakhty (sol) que se regocija en el Horizonte.
En su nombre de Shu (luz) que está en el Atón.
Segunda titulatura: Viva el sol gobernador de los dos Horizontes.
En su nombre de luz que está en el Atón.
Las transformaciones apreciables en los nombres, se refieren al cambio de los nombres de los dioses por la palabra del objeto o ser que los representa, -Ra-Horakhty por sol y Shu por luz-. Esto demuestra que en los primeros años de su reinado, otras divinidades solares asociadas con el Atón seguían manteniendo su culto, pero que posteriormente quedarían limitadas.
Sin embargo, los cambios en los cultos no implican solo el cambio de divinidad, el rey en este momento se convierte en el único intermediario valido entre el dios y el pueblo. Se decía que el monarca era el único que poseía el conocimiento auténtico de los secretos de Atón y a pesar de que existía un clero oficial, solo era el monarca el que
tenía acceso a la divinidad. De echo, en las representaciones de este período, solo la pareja real -Akhenaton y Nefertiti- son los únicos que aparecen bendecidos por el dios. Esta representación suele ser de la pareja o la familia real juntos, y sobre ellos el dios solar emitiendo rayos de luz terminados en manos que sujetan un ankh, otorgándole así a Atón la potestad creadora.
No obstante, esta exclusividad no benefició a la perdurabilidad del culto atoniano. La masa del pueblo al tener restringido el acceso no se vio involucrada dentro de una red de culto. Además en la nueva capital, se han hallado restos de amuletos e imágenes de otras divinidades, lo que demuestra que la gente no abandonó las clásicas creencias. Debido a los cambios tan rápidos producidos, mucha de la gente no pudo asimilar las nuevas creencias, por lo que se mantuvo en los cultos tradicionales y el estado no tenía una maquinaria disponible para controlarlo
Su nueva capital Akhetaton, fue creada rápidamente para que la familia real pudiese instalarse en ella lo antes posible. Conocemos bastante bien la composición de la ciudad y tenemos registrados su proyecto a través de las “Estelas de la Demarcación”. En ellas se cuenta como Atón guió al faraón hasta un lugar que no había pertenecido a ningún dios. La ciudad y los templos debían enmarcarse entre los límites que las tablillas disponían. Para recordar su juramento, Akhenatón grabó estas tablillas en los riscos al lado del Nilo.
En la ciudad había varios palacios y el Gran Templo de Atón. En el se realizaban los cultos diarios y las ofrendas al dios. A diferencia de los templos de otros dioses, donde un patio descubierto precede a unas salas más oscuras y pequeñas, en este templo sucede lo opuesto. Comienza con una sala cubierta, y a continuación un gran patio a cielo abierto con múltiples mesas para altares. Este rasgo de techo descubierto, tiene sentido ya que el dios era visible y se tenía así un acercamiento a él.
Pero la vida de esta ciudad fue corta, en el año decimoséptimo de reinado, el faraón murió y la ciudad fue abandonada poco después. Sus sucesores, Sekhmenkare y Tutankhamon abandonaron las creencias de Akhenaton y volvieron a la ortodoxia. Akhetatón fue abandonada y permaneció en el desierto, siendo disponible como cantera.
Pero la damnatio memoriae que se realizó contra este faraón no fue inmediata, hubo que esperar casi 100 años hasta la época de los Ramses cuando la ciudad fue desmantelada para la construcción de otros templos en Karnak y para que su nombre fuese borrado de las Listas Reales y de los templos.
Durante el siglo XIX y XX se abrió el debate si este culto instaurado por Akhenaton era realmente un monoteísmo. En el siglo XIX perduraba la superioridad del culto a un único dios, frente a otros pueblos que eran politeistas. Por ello, se ha querido ver a Akhenaton como un visionario que pretendía instaurar un monoteísmo, al igual que lo hicieron posteriormente los judíos o los cristianos.
Bibliografía:
WILKINSON, R.; Todos los dioses del Antiguo Egipto, Oberon, 2003, Madrid.
KEMP, B. J.; Antiguo Egipto: Anatomía de una civilización, Crítica, 1996, Barcelona.