El Quattrocento y Cinquecento dejaron, posiblemente, al conjunto de artistas más renombrado de toda la historia del arte. Por lo menos aquellos que supusieron el antes y el después en el ámbito artístico. Decimos bien: “artístico”. Hasta este momento, la figura del “artista” estaba menospreciada – siguió estándolo, pero su aceptación y consideración tomó un rumbo diferente-, el nombre del artista era un bien menor. No importaba el “quién lo había hecho”, sino el “qué se había hecho”. En este sentido, también jugó un papel vital la figura del mecenas, y más en un ambiente tan convulso como lo era Italia en ese momento. Las luchas de poderes entre las familias tradicionales y “los nuevos ricos” -antiguas familias de banqueros llegadas a la nobleza-, estableció toda una carrera de ostentación y propaganda, de la cual hoy heredamos a los más notorios y grandes artistas de nuestra historia. La atención dentro del Vasari nos lleva a señalar a la figura de un pintor bastante conocido: Sandro Botticelli. Donde destacaremos principalmente un aspecto significativo de su carácter biográfico.
Todos los artistas de entonces debieron de gozar de vidas extraordinarias, repleta de curiosidades y contactos de alto nivel intelectual. Algunos intervinieron directamente en la vida política y social de su época, otros, en cambio, fueron absorbidos por el olvido, como fue el caso de Piero della Francesca. El caso de Botticelli respondería más bien al primer ejemplo.
Giorgio Vasari inicia la vida del artista con su común loa a las altísimas virtudes que este pintor poseía, pero desde el principio incide en destacar la idea del olvido y la miseria: “En el colmo de su felicidad están sobrecargados de los bienes de la fortuna; carecen tanto de necesidades y rehúyen de tal modo las ayudas humanas, debido a la brutalidad de su escaso gobierno, que a su muerte acaban vituperando todo el honor y la gloria de sus propias vidas”. Nos adelanta el motivo, o consecuencia, que llevó a Botticelli a ser uno de los artistas más castigados en fama de su momento. Pero ¿quién era realmente Sandro?El verdadero nombre de Botticelli era Sandro di Mariano di Vanni Filipepi, es decir, hijo de Mariano di Vanni Filipepi y de Smeralda, ciudadanos de Florencia. Nació en el año 1445, próximo a la futura caída de Constantinopla (1453), en el barrio de Solferino; barrio de trabajadores; donde coincidió con familias muy importantes de su época, como los Vespucci. Desde pequeño mostraría una gran curiosidad por todo lo que le rodeaba, hasta el punto en que ni la formación más elevada para su tiempo -ábaco, lectura y escritura- lo contentaba. Viniendo de una familia pobre, de cuatro hermanos, el precio por asistir a la escuela debía resultar un importante desembolso, aunque también es cierto que asegurar “pobreza” en su familia es bastante arriesgado, ya que Vasari en ningún momento nos señala la profesión de origen del padre de Sandro. Otros aseguran que su hermano mayor, 25 años mayor que él, le adoptó facilitándole económicamente dicha educación. Cuando la escuela pareció quedársele corta, su padre -o su hermano- lo llevó de aprendiz a trabajar junto a “un amigo suyo llamado Botticello”. Vasari nos plantea varias dudas al respecto de este dato: Era un amigo personal del padre apodado así y que se empleaba como orfebre en su taller. O por el contrario, tal y como apoyan algunos datos en la actualidad, era el apodo de su hermano mayor, el cual regentaba una taberna en Florencia.
Fuera como fuese, el nombre de “Botticello” significa “barrica de vino”, motivo de su apodo posterior “Botticelli”. Vasari insiste en que su formación dentro del taller del Botticello le despertó el interés artístico y el gusto por il disegno. Sin embargo, el hermano mayor de Sandro, Giovanni, debió recibir el apodo mencionado, de lo que ignoramos si bien era por su apariencia física, o por su gusto por la bebida, o por regentar la taberna que anteriormente se ha mencionado y que algunos teóricos apoyan. Quizás la verdadera profesión de su hermano fuese la de orfebre, aunando por tanto las aportaciones de Vasari y los datos de los teóricos.
El padre del niño, viendo el potencial de su hijo, debido a la insistencia del mismo, decidió llevarle a formarse como aprendiz al taller de fra Filippo Lippi (1464-1467). Dice Vasari que fra Filippo le tomó especial cariño, haciendo gran hincapié en su formación. Allí aprendería el “descubrimiento” artístico por excelencia del Renacimiento: la perspectiva y el uso de los escorzos dentro de la gestualidad, algo que Giotto ya hubo rescatado en el Trecento.
El mismo año de 1467, Sandro se marchó de Florencia por cuestión de unos meses, ya que ese mismo año comenzaría a colaborar en el taller de Andrea del Verrochio, junto a otro grande de su época: Leonardo da Vinci. De esta época será el conocido cuadro de “El Bautismo de Cristo” del Verrochio (1475-78),donde tendremos por primera vez las intervenciones de los dos jóvenes en los respectivos ángeles que oran en presencia de San Juan Bautista y Jesús. Algunos historiadores del arte aseguran que la intervención de Leonardo o Sandro pudo ampliarse a alguna parte más del paisaje. Aproximadamente 3 o 4 años después, Sandro ya tendría su propio taller, en donde acogería como aprendiz al hijo de su maestro fra Filippo. En algún momento entre estos años, Sandro recibiría su primer encargo por parte de Giovanni Vespucci, suegro de la que las crónicas de entonces describían como la joven más bella de su tiempo: Simonetta Cattaneo. Se trataba del fresco de San Agustín en la iglesia de Ogni Santi. No sabemos el cuándo, ni el cómo se conocieron, pero Sandro a partir de su primer contacto encontró a una joven musa, a la cual nunca se cansaría de retratar.
Tras el reconocimiento recibido por su labor en Ogni Santi, entraría a formar parte del conjunto de artistas contratados por los Médicis. Los varones de la casa Médici, en especial Giuliano – joven hermano de Lorenzo el Magnífico-, no fueron inmunes ante “la bella Simonetta” y pronto la convirtieron en su amante. Simonetta había contraído primeras nupcias en 1469 con Marco Vespucci en Génova, con tan sólo 16 años de edad. Sobre su lugar de nacimiento no sabemos nada con seguridad, pero si seguimos al poeta Poliziano, pudo nacer en Portovenere (Liguria), lugar del nacimiento de la mítica Venus. Una vez en Florencia, la belleza de Simonetta, desconocida hasta el momento, fue rescatada por el pincel de Sandro, de la que sin lugar a dudas quedó prendado hasta el fin de sus días. Pronto, todos los artistas florentinos quisieron conocer a la joven para buscar la inspiración en su arte, ya que si la divinidad había mandado semejante ser lleno de perfección, ellos estaban en la obligación de plasmarlo. Y más en una zona donde el prototipo femenino era de ojos oscuros y pelo moreno, una joven de ojos azules y pelo rubio destacaba por el mero hecho diferencial.
Tan de moda se puso “la bella Simonetta” que pronto los hermanos Médici -Giuliano y Lorenzo-, quisieron gozar de su compañía. De entre todas las amantes de las que gozaron los Médici, Simonetta, por su repercusión social, fue siempre la más destacada. Señalábamos el caso de Giuliano particularmente, ya que este, enamorado de su amante, no tuvo reparos en festejar su amor y declararlo públicamente. En la Piazza de Santa Croce, el 28 de enero de 1475, fue convocada una justa para celebrar el triunfo de las relaciones diplomáticas entre Milán, Venecia y Florencia. Giuliano, enarbolado como el gran militar de la ciudadela, se cree que eligió está fecha con motivo del posible cumpleaños de la joven Simonetta. Delante de todos los asistentes y, por tanto, de la ciudad de Florencia, convirtió a su amante en la “dama de su corazón”, con un estandarte pintado por el propio Sandro donde aparecía indiscutiblemente la figura de Simonetta como Palas Atenea.
Poliziano escribiría un poema titulado en honor de la imagen como: “La sans pareille” (la sin igual). Tuvo la dicha, que Giuliano fuese el merecido vencedor de esa justa que hoy se celebra año tras año, el 28 de enero, como la Giostra.
Mientras la joven Simonetta se convertía en la faz más aclamada de toda Florencia, Sandro en su taller recibiría el encargo de realizar 2 obras por parte de Lorenzo Pierfrancesco de Médici -primo de Lorenzo el Magnífico-. El lugar elegido para ocupar, por parte de esas dos obras, nos sigue siendo una incógnita, ya que algunos historiadores del arte apuestan por la teoría de la Villa di Castello y, otros, en cambio, abogan más por el palazzo particular de Lorenzo Pierfrancesco en Florencia. Desconocemos la fecha exacta del encargo, pero en 1476, un año después de la gloriosa justa de Giuliano, Simonetta enfermó gravemente y murió. La ciudad quedó consternada y con ella el propio Sandro Botticelli. No sólo había perdido a su musa, sino que había perdido el ánimo para volverla a pintar. Tal fue así, que si atrasamos la fecha del encargo, hasta 1482, aproximadamente, no retomaría el encargo de Lorenzo para realizar las dos obras cumbres de toda su carrera pictórica: La primavera y el Nacimiento de Venus. Ambas obras tienen la particularidad de ser el resumen de todas las teorías del Neoplatonismo y el humanismo. Pero aparte del análisis pormenorizado que se puede realizar sobre cada una de ellas, destaca el hecho de que la figura imperante en todas ellas no es otra que Simonetta. El pintor la resucita de la muerte para convertirla en diosa por dos veces, ubicándola en la parte central de ambos cuadros. Nacida en Portovenere, será la Venus quien tome el rostro de la joven Simonetta para aparecer, por primera vez en toda la Historia del Arte, representada como el primer cuerpo femenino definido. Sandro nos entrega a la primera mujer desnuda desde el arte clásico, cuyo cuerpo no ha sido sometido a distorsiones masculinas o trastocada anatómicamente en un ser estilizado y profundamente olvidado. Pero hay una curiosidad más, Sandro no sólo se contenta con endiosar a su musa, sino que decide entregarla a cada uno de los aspectos más hermosos de la naturaleza. En La Primavera, dentro de ese Jardín de las Hespérides, todas y cada una de las figuras femeninas establecen su rostro de forma arquetípica, ya que todos son uno: el de la propia Simonetta.
Florencia aún estaba por recibir la visita de un personaje que la sumiría en una terrible debacle religiosa. A finales del Quattrocento, cerca de la muerte de Lorenzo el Magnífico (1492), el monje dominico Girolamo Savonarola comenzó su predica apocalíptica. El propio Duque, antes de morir, lo convertiría en su confesor. Una vez falleció el gran Lorenzo, el poder de Savonarola creció hasta alcanzar los ideales del propio Sandro. Convencido de sus palabras, intervino como piagnone (seguidor extremista de Savonarola) en la Hoguera de las Vanidades. Quemó algunos de sus cuadros, por suerte todos aquellos en los que Simonetta había sido representada se mantuvieron a salvo en las casas nobiliarias. Tal fue su dedicación a este fin que el tiempo sólo le traería hambre, pobreza y soledad en el fin de sus días. En su testamento sólo dejó una petición personal: ser enterrado en la iglesia de Ogni Santi, junto a su musa: “la bella Simonetta”.
Bibliografía:
-VASARI, G., Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos (Antología), Ed. Alianza, 2006, Madrid.
-ARGÁN, C.G., Renacimiento y Barroco I: De Giotto a Leonardo da Vinci, Ediciones Akal, 1996, Madrid.