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Hace 200 años, en un pequeño municipio belga situado a 20 km de Bruselas los franceses y los ingleses estaban a punto de comenzar una batalla que mostraría quien dominaría Europa durante el próximo siglo.
Napoleón tras su abdicación en 1814 fue desterrado por las potencias europeas a la isla de Elba, una pequeña isla en el norte de Italia. Luis XVIII ocupó el trono francés, pero ante el retroceso a la situación anterior a la revolución francesa, muchos de los franceses comenzaban a echar de menos los tiempos gloriosos del Imperio napoleónico.
Napoleón siendo conocedor de esto, preparó una fuga de la isla y su regreso a Francia el 1 de marzo de 1815. Tras marchar hacia París consiguiendo que todas las tropas que enviaron para detenerle se unieran a su bando gracias a su magnetismo, recuperó su trono provocando la huida del Luis XVIII.
Nada más recuperar el poder, proclamó sus deseos de paz, pero ninguna de las potencias le creyó, por lo que convocaron una nueva coalición para eliminar al emperador francés definitivamente. Rápidamente Bonaparte preparó un ejército para hacer frente a la coalición, sin embargo el ejército estaba lejos de ser su Grande Armée de Austerlitz o Jena. Los nuevos reclutas eran jóvenes con escaso entrenamiento, nombrados los María Luisa en honor a la emperatriz.
El emperador, partió hacía Bélgica donde estaban los británicos y hacia donde se dirigían también los prusianos, mientras que los austriacos y los rusos atacarían por el sur y el centro. Napoleón llegó rápidamente a Bélgica, enfrentándose primero a los prusianos en Quatre Bras, donde los puso en huida pero no consiguió derrotar totalmente.
Con los prusianos fuera de juego, se centró en los británicos. El ejército inglés estaba
comandado por Arthur Wellesley, el duque de Wellington que ya había derrotado a los franceses en España. Él, decidió retirarse y plantar cara al emperador en un terreno que le fuese favorable, para ello escogió el territorio de Waterloo, donde podía establecer una poderosa zona defensiva.
La noche antes de la batalla, cayó una gran tormenta que dificultó el transporte de los cañones a las zonas establecidas por Napoleón, además de retrasar el comienzo de la batalla varias horas para favorecer el impacto de las balas de cañón y evitar que se enterrasen en el barro. En una de las recreaciones históricas que se realizan todos los años, llovió de la misma manera que en 1815, con lo que se pudo comprobar de primera mano las dificultades que sufrieron los artilleros franceses para colocar los cañones.
A lo largo de esa batalla, Napoleón cometió varios errores. El primero de ellos fue centrarse en la granja de Hougoumont, donde Wellington había colocado una pequeña fuerza de sus hombres. El emperador envió sucesivos ataques intentando ocupar esa posición perdiendo así tropas y sobre todo tiempo. Otro de los grandes errores y que ha dado mucho que debatir fue la carga que hizo Ney sobre los casacas rojas. A Ney se le había encargado la caballería, en lugar de Joaquim Murat, cuñado del emperador y rey de Nápoles que consiguió grandes hazañas al frente de la caballería y que le traicionó en 1814 pasándose al bando de los aliados para poder conservar su trono.
Una de las estrategias clásicas de Napoleón consistía en realizar una potente descarga de artillería sobre un punto de la línea enemiga seguida de una carga de infantería que servía para abrir hueco y dividir al enemigo en dos. Finalmente lanzaba la caballería para perseguir al enemigo en retirada. Sin embargo, en esta ocasión Ney lanzó la caballería sin apoyo de la infantería o la artillería por lo que los ingleses formaron cuadros para defenderse.
Más allá de la batalla, los prusianos que habían sido derrotados se habían vuelto a reorganizar y se dirigían al combrate, no obstante Napoleón pensaba que se trataba del mariscal Grouchy, al que había ordenado perseguir a los prusianos, por lo que en el momento que le comunicaron que eran los prusianos y no los franceses supo que la batalla estaba en su contra.
Finalmente, como medida desesperada lanzó a sus tropas de élite, la Vieja Guardia Imperial que se lanzó contra los ingleses, pero que Wellington consiguió rechazar con un
ataque desde varios flancos. Con la huida de las mejores tropas napoleónicas, el pánico se trasladó al resto del ejército y comenzó la huida.
Napoleón, supo que esta derrota significaba su fin y por ello poco tiempo después abdicó. Sus mariscales le propusieron que huyese a América, pero el prefirió entregarse a los aliados en forma de martirio. Europa decidió trasladar al emperador a la isla de Santa Elena en el Atlántico Sur. Allí Bonaparte pasaría los últimos años de su vida redactando sus memorias y sobreviviendo lo mejor posible hasta el 5 de mayo de 1821, cuando murió.
En su Memorial de Santa Elena, Napoleón narró sus memorias en forma de justificación de sus actos en nombre de la libertad y de la difusión de los ideales de la revolución. Sobre la batalla de Waterloo cargó parte de las culpas sobre Ney y otros de sus hombres, pero realmente fue él con sus órdenes poco claras y sus dudas lo que llevó a Francia a la derrota.
Muchas veces, en un ejercicio de historia-ficción se ha pensado que habría pasado si Napoleón hubiese conseguido ganar la batalla de Waterloo. Realmente no habría cambiado mucho, las grandes bajas que sufrió el ejercito francés habrían significado un gran golpe para poder hacer frente a los austriacos y los rusos que se dirigían en dirección a Francia, por lo que tarde o temprano Napoleón habría sido derrotado de nuevo y expulsado del poder.
Waterloo resultó ser la batalla que dio comienzo a lo que se llamó la pax británica y que llevó a Gran Bretaña a ser la principal potencia europea durante todo el siglo XIX. Sin embargo, Napoleón dejó una gran huella no solo en Francia sino también en Europa. El surgimiento de los nacionalismos que él ocupó y las revoluciones que se ocurrieron por toda Europa fueron en parte gracias a las ideas que él llevó a esos países.
Bibliografía:
BARBERO, A.; Waterloo; Destino; Barcelona, 2004.