Siempre que nos imaginamos a las legiones romanas, nos viene a la mente esos hombres con su scutum cuadrado y rojo, llevando la lorica segmentata protegiéndoles el pecho, y portando un pilum que acompaña a su espada gladius. Sin embargo, la legión como órgano vivo, sufrió a lo largo de toda la historia romana una significativa evolución tanto en la estructura, como en el armamento o en los hombres que la componían. Una de las principales reformas fue la llevada a cabo por Cayo Mario, cónsul romano durante siete ocasiones y que se convirtió en uno de los principales personajes de la Roma republicana.
Mario pertenecía a la nobleza de la ciudad de Arpinio, a pesar de que biografías exagerasen sus orígenes humildes. Gracias a los contactos de su familia con parte de la élite en Roma, accedió a una carrera política en la Urbe y en Hispania. Su gran oportunidad surgió en la guerra contra Yugurta, antiguo aliado de Roma en la Segunda Guerra Púnica. Entró a formar parte del ejército bajo las órdenes de Quinto Cecilio Menelo, el hombre que le había impulsado en su carrera política; no obstante la guerra contra Yugurta se hacía demasiado larga y Mario decidió presentarse a cónsul en el año 107 a.C. bajo la excusa de que él se encontraba más capacitado para dirigir la guerra. Sin embargo, el conflicto bajo su mando duró 3 años más y solo consiguió derrotar a su enemigo a base de traiciones y sobornos.
En Roma, durante este siglo de guerra, los campesinos habían ido empobreciéndose más, debido a la conquista de grandes territorios fértiles como Hispania o África y que a su vez, estaban trabajados por esclavos, lo que permitía conseguir cereal en la Urbe a un precio muy bajo. Debido a esto, muchos de los pequeños propietarios se vieron obligados a vender sus tierras a grandes latifundios. Para solucionar el problema Tibero Sempronio Graco, y posteriormente su hermano Cayo Sempronio Graco propusieron ante el Senado la reforma de la ley agraria otorgando a los propietarios una extensión máximo de 125 hectáreas o 250 si poseían varios hijos, y el resto se debería repartir entre los campesinos pobres a cambio de una pequeña renta.
Aunque la ley fue aprobada -con muchas dificultades y rozando la ilegalidad- la aristocracia romana no estaba a favor de ello, y finalmente estas propuestas le costarían la vida a los dos hermanos. Pero se iniciaba así un período en el que la política romana estaría dominada por dos bandos, por un lado los optimates que deseaban limitar la llegada de “hombres nuevos” -que no pertenecían a la aristocracia- a la política romana y reforzar el Senado. Por el otro, los populares defensores de las asambleas populares y que buscaban un fortalecimiento de los ciudadanos romanos y su traslado para colonizar todas las nuevas tierras conquistadas.
Dentro de esta Roma convulsa, fue donde tuvo que sobrevivir Cayo Mario. El ejército en manos de la aristocracia y conformado por los propietarios, había sido derrotado en numerosas ocasiones, como consecuencia la ciudadanía perdía la credibilidad en sus tropas. Además, a lo largo del siglo II a. C. unas guerras cuasi continuas había ido mermando la cantidad de hombres disponibles para la leva, por lo que a finales del siglo se redujeron los requisitos para poder entrar en la hueste de 11.000 sextercios a solo 3.000. Este requisito monetario se debía a que eran los propios soldados los que tenían que pagarse el armamento.
Durante todo este tiempo, el ejército estaba compuesto por tres cuerpos diferentes:
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El primero de ellos eran los equites o caballería. A esta unidad pertenecían solamente las dos primeras clases sociales ya que eran los únicos que podían permitirse el mantener un caballo. Era la unidad de élite y la más prestigiosa.
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La infantería de línea que era la columna vertebral de la legión romana. Ésta a su vez estaba dividida en tres secciones. Los hastati que eran los nuevos reclutas y formaban la primera línea. En segundo lugar los principes que formaban la segunda línea y eran soldados con más experiencia; y por último los triari que eran los veteranos.
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Finalmente la infantería ligera o velites encargados de hostigar al enemigo.
Para realizar la guerra contra Yugurta y los posteriores conflictos bélicos, Mario se vio obligado a reclutar a aquellos que no pertenecían a ninguna clase y que no eran propietarios. Éste fue un primer paso para realizar una reforma del ejército que permitió que se profesionalizase y mejorase así su efectividad. Aunque no era la primera vez que se reclutaba a estos miembros para la legión, este cambio sirvió para solventar varios problemas. El primero de ellos fue la disponibilidad de un gran número de nuevos reclutas necesarios para afrontar las amenazas externas. También sirvió para eliminar de la pobreza a parte del campesinado romano porque durante las campañas no podía atender sus posesiones. El reclutamiento de no propietarios significaba que no estaban ligados a una tierra, por lo que disponían de la movilidad para asentarse en los nuevos territorios o crear nuevas guarniciones que vigilasen las provincias. A cambio, el estado romano les pagaba una soldada y les entregaba el equipamiento.
El siguiente cambio fue en la estructura militar. El ejército pasaba a ser permanente, por lo que podía estar entrenándose todo el tiempo mejorando así su eficacia y profesionalidad. La división también se vio modificada eliminando a los hastati, principes y triari y convirtiendo a la legión en una unidad homogénea sin distinciones. Los velites también fueron suprimidos y se creo el cuerpo de auxiliares, compuesto por combatientes extranjeros que aportaban sus estrategias y técnicas -honderos baleares, caballería númida o germánica etc.-
El número de soldados se modificó pasando a los clásicos 6.000 hombres por legión. Ésta estaba dividida en 10 cohortes, cada una con 6 centurias de 100 hombres -80 soldados y 20 auxiliares- y cada centuria en 10 contubernios de 8 hombres que compartían una tienda. Limitó además los convoyes de suministro haciendo que cada legionario cargase con parte del material y de las provisiones para varios días, aumentando así la velocidad de desplazamiento de las legiones.
Por último, modificó también el retiró de los soldados, entregándoles tierras a los veteranos tras sus 25 años de servicio en los territorios que habían ayudado a conquistar, facilitando así la romanización de las nuevas provincias.
Muchas veces se ha exagerado el impacto de las reformas de Mario en las fuerzas armadas romanas. Si bien es cierto que se abrió la puerta a la profesionalización de los soldados, haciendo que las legiones se convirtiesen en las mejores tropas del mundo antiguo, la legión sufrió varias reformas posteriores. Julio César fue el encargado de establecer las tropas auxiliares, ya que con Mario aun existían las Alae Sociorum, tropas auxiliares provenientes de las ciudades itálicas y que se disolvían al acabar la campaña. Éstas funcionaron hasta el final de la Guerra Social -91 a.C.- 89 a.C.- cuando las ciudades itálicas se levantaron al negárseles la ciudadanía. Al final obtuvieron la ciudadanía romana y pasaron a formar parte de las legiones, siendo los hombres fuera de la Península Itálica los que ocuparon el puesto de auxiliares. Estos extranjeros que se enrolaban obtenían también la ciudadanía al finalizar su servicio.
A pesar de todo, la profesionalización del ejército se volvió con el tiempo un arma de doble filo. Durante el Imperio, Roma no podía permitirse dejar de expandirse y conquistar nuevas tierras, ya que necesitaba de nuevos asentamientos para poder colocar a los soldados que llegaban al retiro; así como de los botines de guerra para pagar a sus soldados y mantener su economía.
Bibliografïa:
ROLDÁN HERVAS, J M.; Historia de Roma I: la República Romana; Cátedra; Madrid; 1987.
GOLDSWORTHY, A.; Grandes generales del Ejército Romano. Cayo Mario; Ariel; Barcelona; 2008.