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Pese a nuestros prejuicios actuales hacia las religiones, las tensiones sociales y políticas que vivimos en la actualidad, hay una herencia subyacente que aún se sigue conservando en algunos puntos apartados de las bulliciosas capitales. No hace falta irse muy lejos para encontrar la reminiscencia mitológica de la antigüedad. Cuando hablamos de mitología, el primer error que solemos cometer es creer que son cuentos. Cierto que la distancia temporal ayuda a verlo desde ese prisma, pero hubo tiempos en que los monstruos eran una “realidad moral” para nuestros antepasados.

Decimos “moral” por la misma razón que los cuentos presentan, todos, una moraleja, una verdad que extraer entre tanta experiencia. Es el caso de Lamia, recogido por primera vez por Diodoro Sículo. Una joven procedente de Libia, que al igual que otras anteriormente, había caído de forma irremediable entre los brazos de Zeus. Seducida por el dios, fruto de sus sucesivas relaciones, iría quedando encinta. Pero ante las aventuras amorosas de su marido, Hera, la celosa esposa, no iba a quedar impasible. Como venganza ante el agravio proferido por su esposo, decidió vengarse matando uno a uno a los hijos recién nacidos que Lamia iba alumbrando. No contenta con ello, Hera obligó a la joven a mirar semejante crueldad sin poder apartar su vista.

Draper-Lamia

Lamia, Herbert James Draper (1863)

La pobre Lamia consumida por la venganza, ya que sus ojos no podían borrar semejante acto, se refugió en el interior de una cueva, donde moraría consumida por el odio. Este odio tuvo la mala fortuna de tornarse en una maldición que la iría transformando en una serpiente incapaz de dormir. Su vida la consumiría expectante a cualquier descuido de una madre, un niño olvidado, un objetivo para ser devorado sin piedad.

Libia -África tal y como se la conocía-, en la mitología griega, siempre ha sido foco de aquellos monstruos o seres cuyas metamorfosis o habilidades iban siempre en la línea de las serpientes. Cabe decir, que para muchos mitólogos, Libia sería el lugar de origen de la Gorgona Medusa. La cual después de haber sido decapitada por el ingenioso Perseo, habría derramado su sangre en el desierto libio dando a luz al temible Basilisco.

El mito se vería posteriormente ampliado por Filóstrato, el cual lejos de centrar la sed de sangre de Lamia sobre los inocentes, crearía el mito de “femme fatale” en torno a ella y sus nupcias, donde la víctima iba a ser el joven Menipo, pretendiente de la joven.

Un mito enturbiado por un desenlace cruel, pero con un mensaje certero que cualquier mujer griega de entonces podía entender como una consecuencia ante el adulterio. Este mito, lejos de quedarse geográficamente estancado en Grecia, fue proyectándose hacia otros puntos, con una salvedad, el hebreo. Sobre este último, se desconoce su evidente origen, pero lo que sí podemos decir es que fue el principio de transmisión del mito hasta Grecia. El hebreo nombra a esta mujer como Lilith -palabra que se remonta al “lilitum” o “demonio” mesopotámico-, sus características son semejantes salvo que su origen se remontaría a la acción creadora de Elohim.

Lilith_(John_Collier_painting)

Lilit, John Collier (1892)

La Biblia, o más concretamente el Antiguo Testamento, que hebreos y cristianos comparten -con salvedades-, se inicia con estas palabras respecto al origen de la humanidad: “Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27-28). Pese a que los cristianos hemos perdido las menciones originales sobre esta mujer, Lilith en el ámbito hebreo se mantiene como la primera esposa de Adán. El motivo de su demonización posterior se debe a que no respondía a los intereses conyugales de Adán, lo cual llevó a Elohim a expulsarla del Paraíso. La no sumisión de Lilith para con su esposo fue lo que la convirtió en un demonio mitad serpiente henchido de odio y rabia hacia el Señor, hasta el punto de aliarse con Satanás.

Si nos remitimos al arte, en el momento del Pecado Original, la serpiente que tentó a Eva para comer del Árbol del Conocimiento aparece con cabeza y tronco de mujer. Muchos historiadores del arte han querido ver en ello una clara referencia a Lilith, que bajo su forma ofidoforme fue capaz de vengarse del Creador tentando a las creaciones en las que este había depositado una mayor esperanza. El propio Miguel Ángel, en los frescos de la Capilla Sixtina, nos presenta en la escena dedicada al Pecado Original, una serpiente enroscada cuyo cuerpo va adquiriendo la forma de una mujer de cabellos rubios.6-Serpentlilith-1

Pese a todo ello, no muy lejos, concretamente en la costa Cántabra, por las diferentes comunidades autónomas que la conforman, han pervivido ecos de estos mitos anteriores. En el País Vasco la forma que adoptó difiere de su original transformación en serpiente. Conocida como Lamiak, entre la mitología oriunda, se la describe como una bella mujer con pies o garras de ave, incluso, con cola de pez. Asociadas en ambos casos a lagunas y ríos, donde de forma “inocente” tientan a aquellos hombres que se extravían con su belleza, mientras se peinan sus cabellos con peines de oro. También, en la región vasca, se tiene la creencia de que ayudaban a construir puentes. Otro nombre con que los vascos designan a las Lamiak es el de Mari o Mairu. Su refugio es conocido como la “Mariren Koba”- Cueva de Mari-, Mari es también considerada la madre de la Tierra.

La otra representación mitológica son las Mouras gallegas, las Xanas asturianas o Anjanas cántabras, de igual representación que la Lamiak, sólo que prescindiendo de las garras de ave y el cuerpo de serpiente, cuyos objetivos siempre serían aquellos hombres que hubiesen perdido el camino de vuelta.

El mito, de dejarlo aquí, terminaría de una forma cruel y drástica, quedando la figura de Lamia bajo un halo de oscuridad. Hasta el poema de John Keats, en que se apiada de este ser históricamente vapuleado reconvirtiéndola en su anterior estado humano. La acción salvadora vendrá de la mano de Hermes, quien en su actitud redentora facilitará el amor entre Lamia y el joven, por el que ella volvería a sentir. Con tan mala suerte que dentro de este idilio, la revelación al novio de un adivino invitado al banquete nupcial sobre la verdadera identidad de la novia, terminaría desembocando en la muerte del joven y la locura de Lamia, quien volvería de nuevo a su estado ofidoforme hasta el fin de sus días.

Bibliografía:

ELVIRA BARBA, M.A., Arte y Mito. Manual de Iconografía Clásica, Ed. Sílex, Madrid, 2008.