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El lenguaje arquitectónico siempre ha sido una fuente fundamental para rastrear el origen de la inspiración humana. En el caso occidental, la influencia se vuelve evidente cuando se mira hacia Grecia. Aunque el ejemplo arquitectónico que hoy planteamos no sea exclusivamente griego, tiene origen en sus tierras. Se trata de la llamada Torre de los Vientos, una construcción erigida en torno al s.I a. C. en plena ágora romana. El motivo de su construcción y diseño recayó sobre Andrónico de Cirro, un astrónomo del que no se tienen más datos que el propio testimonio arquitectónico que legó. Sin el precedente de la biografía de su constructor, desde el punto de vista del análisis de su obra, se deduce bastante sobre lo complejo de los conocimientos de este científico, quien tuvo la magnífica idea de aglutinar en un mismo espacio toda la sabiduría de entonces sobre la medición del tiempo. Este pequeño enclave encerraba el diseño de: Un “horologion” o reloj solar, una clepsidra interna y, posiblemente también, de una brújula e incluso de una veleta.

La Torre de los Vientos sufrió muchas variaciones a lo largo de la historia. Tras la caída del Imperio Romano en el 476, los cristianos asimilaron esta distribución a aquellos edificios de planta centralizada, cuyo significado se debatía entre el simbolismo aplicado a los baptisterios o a los “martyria”. Ambos tipos de edificación empleaban el simbolismo de la forma inscrita en un círculo para simbolizar la relación con lo divino: En el primer caso para convertir, y en el segundo para evocar la resurrección del difunto. Es por ello que los cristianos, posiblemente, lo empleasen como baptisterio, al mismo tiempo que consideraron la ubicación de su cementerio cerca de la Torre.
Durante el período de las pérdidas territoriales del Imperio Otomano en el siglo XVIII, las fuentes apuntaban a otra posible reutilización de la Torre: en este caso como “Tekke”, un lugar específico para las reuniones de la hermandad Sufí. Su planta centralizada seguía siendo el núcleo de distintas funcionalidades, ya que los “tekke” eran lugares donde la “katársis” entre el devoto y la influencia espiritual sufí cobraba mayor importancia. Sin embargo, durante el siglo XIX, con el nombramiento del nuevo rey griego, tras lograr su independencia, se iniciaron las labores de rescate arqueológico en la zona del ágora, desenterrando gran parte de la Torre.

La importancia de este edificio, como ya hemos dicho anteriormente, vendría gracias a su carácter de obra de ingeniería. De planta octogonal, construida sobre una variante de estereóbato y estilobato, se asienta sobre su escasa altura de 13 m. Realizada con mármol proveniente del Monte Pentélico -situado al noreste de Atenas-, que tiene la particularidad de ser el mismo que se utilizase en otros edificios importantes como el propio Partenón. Consta en la actualidad de un espacio cilíndrico anexo a la planta octogonal, así como de dos pórticos orientados hacia Estirón (NO) y Cecias(NE). Sobre su techumbre existen varias teorías: La primera apoyaría el remate en forma cónica y, la siguiente se basaría en el remate de la cúpula interior. Sobre esta última quedaría secundada para algunos en la idea de una cúpula a modo de cierre total. Pero la parte más interesante y la que da nombre a esta Torre se encuentra en el entablamento, ya que a modo de friso escultórico quedan representadas en cada una de las ocho caras de la Torre los ocho dioses de los vientos, motivo por el cual esta torre también era conocida entonces como el Templo de Eolo. Al interior, la torre ve cómo su cúpula interior queda sustentada por columnas, así como la escasa decoración aportada por el almohadillado y por su cornisa con ménsulas.

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¿Pero cómo funcionaba este edificio? El sistema era muy sencillo, ya que sólo constaba de dos aberturas en sus caras: la cara Norte (Bóreas) y la cara Sur (Noto). Según azotasen los vientos, así se podía predecir los cambios atmosféricos o incluso el momento propicio para la siembra. Por esas dos aberturas entraba la luz solar, por lo que en el interior se habrían colocado una serie de diales cuya finalidad no era otra que la de marcar la hora exacta del día. Incluso funcionaría no sólo como reloj de sol, sino también como brújula, aunque esta función es meramente hipotética, ya que por la entrada de luz y el acceso del viento se podría indicar perfectamente la dirección marcada. El tiempo en cuestión de las mediciones solares se volvía muy amplio, los segundos o minutos se perdían en ese transcurso, es por ello que el anexo a la Torre -de planta circular-, podía cumplir la función de una clepsidra. Estos instrumentos eran más exactos que otro tipo de inventos, y su sistema -aunque complejo-, empleaba el agua como forma de medición. El sistema consistía en situar dos cuencos en dos niveles superpuestos y, sobre el superior, se perforaba un pequeño agujero por el que iría cayendo una gota de agua programada al segundo cuenco.
Para el viento, aparte de las oquedades de las caras norte y sur, también se habría colocado una veleta, de la que las fuentes nos dicen que tendría forma de Tritón. Así señalaría a cada uno de los vientos que estuvieran soplando en cada momento. Esos vientos esculpidos en relieve portan cada uno una serie de instrumentos identificativos, pero para aquellos que hemos perdido el lenguaje de la iconografía clásica se nos ha facilitado el estudio debido a las inscripciones que versan en cada uno de los frentes, con sus respectivos nombres, a saber: Bóreas (N), Escirón (NO), Céfiro (O),Lipio (SO), Noto (S), Apeliotas (SE), Euro (E) y Cecias (NE).

¿Cómo influyó en la arquitectura?

Como ya señaló el arquitecto y urbanista Chueca Goitia, la Torre de los Vientos fue un concepto fundamental que continuaría ampliando los conocimientos arquitectónicos de los sabios desde Roma. En el Renacimiento, fue un motivo claro de inspiración para grandes visionarios como Filarete, con motivo del diseño de su ciudad ideal de Sforzinda. El proyecto encargado por FIdealstadt.jpgrancesco Sforza, en torno a 1465, confeccionaba un prototipo de ciudad estrellada de ocho puntas, como los ocho lados del horologion. El reparto urbanístico, no sólo confería un fuerte carácter defensivo, sino también una distribución centrípeta y centrifuga de los vientos que penetrarían en el interior de la ciudadela. También, de forma posterior, estas ciudades estrelladas cobrarían mayor fuerza en los posteriores baluartes defensivos que la conquista española en Iberoamérica irían diseñando.